Precocidad y genio
Por: René Avilés Fabila
Mozart revolucionó la música antes de los treinta años, Schubert necesitó otros tantos para dejar una huella indeleble, Radriguet a los veinte había escrito El diablo en el cuerpo, Rimbaud a los diecinueve, y con una obra perfecta detrás (Las iluminaciones, Una temporada en el infierno...), renuncia para siempre a la literatura, Napoleón Bonaparte era Primer Cónsul a los treinta, Bolívar entró en Caracas para ser proclamado Libertador a esa misma edad, a los treintaiséis Modigliani se suicidó, a los treintaidós Ernesto Che Guevara hablaba por la Revolución Cubana y Alejandro Magno falleció a los treintaitrés luego de haber conquistado el mundo de su época. En cambio, don Luis de Longoria y Silva requirió de más de setenta años (quince de estudios y treintaicinco de burocracia) para realizar su obra: al morir dejó siete hijos (tres vendedores y cuatro amas de casa), once nietos, un departamento y una casita de campo. En vida nunca reparó en que su única aportación a la humanidad fue la de aumentar su número.
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